ORA

El latido del Chocó Andino palpita en la marcha, en la olla y dentro de nosotros. 

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El Chocó Andino está a solo una hora de la selva de cemento conocida como Quito. Para la mayoría de los habitantes urbanos, esa distancia es un mundo entero. Entre semáforos y Zooms, aquí en la ciudad, olvidamos la interdependencia entre nuestras bocas y las manos que cosechan. En un tiempo que parece haber ya pasado, esos instintos existían en un solo cuerpo, pero ahora parecen infinitamente separados. Para aquellos que elegimos recordar estos instintos, termina siendo un trabajo continuo. 

Es entonces que, desde nuestros entornos urbanos envanecidos, el colectivo Quito Sin Minería se pregunta constantemente: ¿cómo llevamos la esencia del bosque a la ciudad? ¿Cómo representamos su vida, su agua limpia y su magia? Con conciencia y responsabilidad cuidadosa, decidimos llevar el latido del Chocó Andino a Quito, cada vez que podemos.

El 20 de agosto marcó nuestro jubiloso aniversario: un año desde que el 70% de Quito eligió la naturaleza, la vida y el campo; un año desde que se prohibió la minería en nuestra ciudad. Esta victoria unió tanto a los territorios urbanos y como los rurales de la capital. Entonces, el 20, junto con las comadres y compadres victoriosos de la consulta popular Yasuní (que prohibió la extracción de petróleo en ese territorio, en la misma fecha), llenamos nuestros bolsillos de semillas intangibles de sentimiento. Mientras marchábamos y latía nuestro corazón colectivo, mientras dábamos cada paso a 2.850 metros sobre el nivel del mar, plantamos esas semillas; que rebosaban con la importancia de la conexión y la unidad que se dirige hacia un nuevo futuro, colectivo y lleno de cuidados por la naturaleza.

La marcha terminó en el Parque La Carolina, donde en un puente que sobrepasa la pequeña laguna artificial del parque, preparamos un altar. Este simbolizó la importancia de la comida, mientras abajo, una canoa activista flotaba en las aguas. Los transeúntes del parque fijaron sus miradas.

El latido fue cada vez más fuerte, hasta que, por un momento, nos llevó a todos, y creo que todos en ese parque, aún por el más efímero segundo, sintieron lo esencial que es el Chocó Andino. En un destello, honramos la vida que alberga, su agua limpia y su lugar sagrado. Espero que nunca olvidemos o subestimemos la importancia de estos momentos, cuando como una manada deliberada, damos gracias, honramos, reafirmamos nuestros propósitos y celebramos. Aquí, con bailes y exigencias de justicia, es claro: la celebración y la lucha son cómplices necesarios.

Semanas antes, estábamos picando verduras y haciendo manualidades para esta celebración monumental. Reunidos bajo la excusa de la sazón de un chef del Chocó, nuestros estómagos sonreían y hablábamos sobre nuestros proyectos, sobre las diferentes iniciativas de esperanza y activismo de cada uno. Artistas, voluntarios y habitantes del Chocó Andino nos unimos y nos recordamos que plantar semillas de colectividad, de artivismo en artivismo, de encuentro en encuentro, inevitablemente dará frutos de un tejido social fortalecido y mayor organización. Cada vez que nos encontramos o marchamos, nos acercamos más al futuro que colectivamente anhelamos. 

Quito Sin Minería no tiene poder obvio como una banda presidencial, pero somos raíces subterráneas implacables, entrelazándonos cada vez más. Nuestra re-existencia nos señala hacia la sanación del desequilibrio que vemos todos los días: la acumulación de poder que roba el gran vientre de la Pachamama, y un intenso llamado a protegerla. Verdaderamente, el llamado es protegernos a nosotros mismos y dar un mundo digno a aquellos que siguen.

La celebración del 20 de agosto duró solo unas horas, pero en el cemento, la memoria de los voluntarios marchantes sigue viva, en el agua, la memoria del bote flotante permanece y en nuestros corazones, las semillas están germinando. El pulso del Chocó Andino se expande.

Gracias a Esteban Barriga por su contribución importante en la escritura de este texto.

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